Contenidos extraídos del libro "Ética Tercer Milenio - El puente entre dos mundos" de Rafael Puertas



EL DESORDEN ECONÓMICO MUNDIAL



El desorden económico mundial generado por la ruptura de los Acuerdos de Bretton Woods en 1971 generó una creciente inestabilidad del sistema económico y político, ha derivado en Inseguridad a nivel mundial, incluyendo una sucesión interminable de crisis financieras en un mundo multipolar de bloques enfrentados entre sí y en plena carrera armamentista, que nos recuerda los que dieron lugar a la Primera y Segunda Guerra Mundial, cuando se vuelve a contemplar la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial. Un proceso de degradación y agravamiento de los problemas en el Sistema que se pueden ver reflejados en el Gráfico 6 y cuyo inicio podemos fijar en la fecha del 15 de agosto de 1971 en la que, el entonces Presidente de Estados Unidos, Richard Nixon, dirigió un discurso a la nación a través de los principales canales de radio y TV del país, para anunciar su decisión unilateral de abandonar la convertibilidad del dólar en oro, rompiendo así los Acuerdos de Bretton Woods sobre los que se había levantado la estabilidad y el crecimiento económico en el mundo tras la II Guerra Mundial. Dando inicio, a partir de ese momento, y en las propias palabras del Presidente Nixón a una “Nueva Economía”. La que le iba a permitir seguir financiando la costosa e infausta guerra de Vietnam y con la que esperaba mejorar el deterioro continuado de las finanzas de la primera potencia mundial, a base de imprimir billetes verdes de dólares sin las limitaciones que antes le imponía la convertibilidad de la divisa americana con el oro. Iniciando así un periodo marcado por la desregulación económica y el neoliberalismo propugnados por Milton Friedman y la Escuela de Chicago y cuyos nefastos resultados podemos ver en la actualidad. La “Nueva Economía” entonces impulsada por el Presidente Richard Nixon en 1971 fue el detonante que apuntaló la inversión del Orden Natural en el Sistema, por el que el poder económico ocupó la posición jerárquica más elevada, por encima del político y social, y relegando la Ética al último lugar.

 

Aquella decisión unilateral y totalmente inesperada para el resto del mundo, más tarde conocida como “El shock de Nixon” cambiaría el rumbo de la economía y la geopolítica mundial en los siguientes cincuenta años, hacia un modelo cada vez más inconsistente, inestable y desequilibrado. Y así como, hasta entonces, no se habían dado crisis financieras globales, a partir de ese momento se sucedieron una tras otra, desde el shock petrolero de 1973, con una acumulación de petrodólares que, convertidos en préstamos a países del Sur, terminaron generando una importante crisis de deuda latinoamericana en los 80’s o, años más tarde, la conocida como efecto Tequila en México, el corralito argentino o la crisis financiera asiática de 1997, la crisis del rublo, las de punto com en el año 2000 o la de las hipotecas subprime del año 2008 y la Gran Recesión mundial que provocó. Pues, con aquella decisión de 1971 las economías nacionales y las domésticas pasaron del superávit y el ahorro al endeudamiento masivo, en una “Nueva Economía” sin bases sólidas reales, sino solo siendo una “economía de papel” a base de endeudamiento sin límites, mientras la redistribución de la riqueza del periodo anterior y que había permitido el crecimiento de las clases medias, se revirtió, arrastrando a las nuevas generaciones hacia la pobreza, al tiempo que se enriquecía cada vez más al 1% más rico de la población mundial, en la que podría ser la mayor estafa o engaño de la historia de la humanidad. Y lo fue porque esas clases medias ni siquiera se dieron cuenta, impidiendo así que pudieran reaccionar. Un proceso desencadenado en 1971, precisamente en el inicio de la década siguiente a aquella en la que habían fracasado aquellas revoluciones juveniles en su intento de humanizar el mundo, haciéndolo más justo y pacífico. Por lo que, quizás, esa deriva e inversión del Sistema no se hubiera producido si hubieran tenido éxito, así como, posiblemente, sólo se pueda revertir llenando el Vacío Ético que dejaron para lograr ahora lo que entonces no consiguieron.

 

La destrucción de las clases medias, el endeudamiento generalizado de las familias y los países, la interminable sucesión de crisis financieras o el descrédito de la clase política y las instituciones democráticas tiene su origen en el cambio de rumbo de la política y economía mundial de 1971

 

Por lo que la cuestión es ¿Por qué no lo supieron ver? Sencillamente, porque, a pesar de que sus ingresos no aumentaban en proporción al enorme incremento de la productividad derivada de la revolución informática y otras nuevas tecnologías, su capacidad de compra de bienes era cada vez mayor. Y, aunque pueda parecer una contradicción, el hecho de que, ganando lo mismo, puedas consumir mucho más, lo cierto es que aquello fue posible al pasar de una economía basada, de manera natural, en la demanda, a una economía artificialmente basada en la oferta, al inundar el mercado de productos extremadamente baratos… provenientes de la utilización de mano de obra muy barata y en condiciones precarias de trabajo en China y otros países en vías de desarrollo. A lo que se añadían la expansión masiva del crédito al consumo y las tarjetas de crédito, pasando así las familias de ahorrar a endeudarse masivamente. Dando todo ello, como resultado, un incremento exponencial del consumismo, acentuando todavía más el materialismo e individualismo imperantes en el Sistema y con todo lo que conlleva de descomposición social por pérdida de los valores y vínculos humanos de amor y comunidad que son esenciales para nuestra salud emocional y progreso social, así como de destrucción de recursos naturales y del medio ambiente, convertidos así en los mayores problemas de nuestro tiempo. Mientras la producción y, con ello, la verdadera generación de riqueza, se deslocalizaba hacia China y Extremo Oriente, trasladando el centro económico mundial desde las riberas europeas y norteamericanas del Océano Atlántico, hacia las del Pacífico oriental. Emergiendo así China como la nueva potencia mundial que aspira a arrebatarle el liderazgo a Estados Unidos, en una confrontación que, por ahora, es de guerra económica pero que, fácilmente, podría desembocar en conflicto bélico directo entre ambas superpotencias nucleares por Taiwán o cualquier otro motivo.


Y, sin embargo, la última etapa de globalización de la economía iniciada en los años 70’s no es el verdadero problema, como suelen señalar los activistas antisistema o antiglobalización, sino el modo en que se hizo. Porque, así como señalamos los problemas derivados de aquel cambio de rumbo de las políticas económicas iniciado entonces, también es justo destacar que produjo una mejora en la eficiencia económica a escala global. Aunque sin tener en cuenta las externalidades negativas, como las del impacto medioambiental de las cadenas de suministro globales, por las que puede ser económicamente más rentable traer frutos a Europa desde Sudáfrica o el Cono Sur o que el ensamblaje de un automóvil incluya piezas fabricadas y transportadas desde distintos continentes. Así como otros problemas inherentes a la globalización económica, derivados de la deslocalización de las plantas de producción a países pobres o en vías de desarrollo. Como el “juego sucio” implícito en la importación de productos fabricados en condiciones de semiesclavitud o, incluso, con uso de mano de obra infantil y, casi siempre, en condiciones de inseguridad e insalubridad de los trabajadores, añadidas a la falta de medidas de reducción de la contaminación y preservación medioambiental. Confiriéndoles a esos productos una clara ventaja competitiva en precio sobre los producidos en el propio país y cuyos productores sí están sometidos a una estricta regulación laboral y medioambiental. Y, sin embargo, desde el laissezfaire imperante en el neoliberalismo no se tomaron medidas para prevenir éste tipo de situaciones. Por lo que, a diferencia de lo ocurrido en etapas anteriores, en las que la economía mejoraba la productividad mediante nuevos avances tecnológicos o de mejora de la gestión empresarial, en ésta etapa se recurrió a la rebaja de los costes mediante la rebaja de las condiciones laborales de producción a través de la deslocalización de las plantas de fabricación a terceros países. Todo ello, al tiempo que se empobrecían las clases medias de Europa y Norteamérica, provocando que las nuevas generaciones fueran, por primera vez en varios siglos, más pobres que las de sus padres Problemas de un enorme calado y repercusión sobre los que se deberían haber tomado medidas preventivas y de atenuación de esos riesgos. Siendo responsabilidad de la clase política hacerse cargo de su implementación. Pero, en lugar de hacerlo, se desentendieron del problema, inhibiéndose de su responsabilidad y confiando ciegamente en que la llamada “mano invisible” del mercado pregonada por Adam Smith en el siglo XVIII corregiría por sí misma los desequilibrios que se estaban produciendo. Un “milagro” que, como era de esperar, nunca se produjo, dando lugar a la catastrófica situación actual.

 

Por lo que, a la vista de los resultados, podemos concluir que el cambio de rumbo de la “nueva economía” neoliberal iniciada por Nixon nunca debería haberse producido. Máxime cuando la anterior etapa liberal y social había dado tan buenos resultados, tanto a nivel de crecimiento económico como de igualdad, justicia y cohesión social. Cuando, tras el Plan Marshall que permitió la reconstrucción en Europa y los Acuerdos de Bretton Woods, que sentaron bases sólidas para la economía mundial, los grandes incrementos de productividad derivados de la revolución económica de la electrónica, se empezaron a redistribuir, como parte de una estrategia de contención del avance del comunismo en la Guerra Fría. A diferencia de lo que había sucedido en la Primera Revolución Industrial, en las que las masas de obreros empobrecidos habían propiciado el surgimiento del sistema comunista como alternativa al capitalista. Y si, como siempre se dice, la competencia estimula el perfeccionamiento de las organizaciones y sistemas, esto fue lo que sucedió con el capitalismo, que evolucionó hacia un Estado del Bienestar por el que los trabajadores de Occidente disfrutaron de niveles de riqueza y bienestar mucho mayores que los del sistema comunista que, por falta de incentivos individuales, en lugar de generar y repartir riqueza en el paraíso del proletariado que nos habían prometido, lo que hizo fue dejar países empobrecidos, desabastecidos y oprimidos. Por lo que, mucho antes de la caída del muro de Berlín, el fracaso de la alternativa comunista al capitalismo ya se había hecho evidente. Un fracaso de éste modelo alternativo que, junto al de los ideales utópicos de las revoluciones juveniles de los años 60’s, que también pretendían cambiar y humanizar el sistema capitalista, crearon las condiciones para el surgimiento del neoliberalismo y el abandono de unas políticas de redistribución, igualdad y cohesión social que ya habían dejado de ser necesarias para evitar el avance del comunismo en el mundo. Lo que se tradujo en importantes rebajas fiscales para los más ricos, desde la falsa suposición de que éstos devolverían multiplicados los beneficios recibidos, generando más riqueza para todos. Pero, en lugar de eso, lo que se produjo fue un imparable crecimiento de las desigualdades y la progresiva destrucción de las clases medias, mientras los más ricos se enriquecían cada vez más y los pobres se seguían empobreciendo. Y, en lugar de florecer la ciudadanía de las clases medias, como antes, lo que florecieron fueron los paraísos fiscales en todo el mundo, mientras los Estados, que antes tenían superávit, se endeudaban cada vez más y las familias, que antes tenían ahorros, pasaban a estar también endeudadas.

 

Pero, como antes destacábamos, el problema no fue la globalización de la economía, sino el modo en que se hizo, sin un plan integral que permitiera prevenir sus riesgos y mejorar sus oportunidades. Riesgos como los ya señalados de regreso a un pasado, propio de la Primera Revolución Industrial, que ya creíamos superado, basado en la explotación de mano de obra de terceros países en condiciones de semiesclavitud, sin protección social, ni medidas de seguridad física salubridad o protección medioambiental. En una etapa caracterizada por la desregulación y el laissez faire, tras inhibirse la clase política mundial de sus responsabilidades. Porque, ni la libre circulación de capitales, ni el desarme arancelario impulsado en las Rondas GATT a partir de aquella misma década de los años 70’s, son perjudiciales, sino beneficiosos para la economía en su conjunto. Siempre y cuando se establezcan unas reglas de juego claras para todos. Porque, en ausencia de las mismas, lo que impera es la ley de la selva. Y, si esto es así en cualquier tipo de competición, como las deportivas, que precisan de unas reglas y de un árbitro, en mayor medida para la competencia económica entre los países y las empresas. Siendo así que, el origen de nuestros problemas actuales, no son directamente imputables a una nueva fase del proceso evolutivo de globalización económica, que podría haber sido mucho más beneficiosa para todos, sino de la falta de regulación y de redistribución de la riqueza generada a la que antes nos hemos referido. Permitiendo, por ejemplo, que las corporaciones transnacionales ubicaran sus sedes en paraísos fiscales o en países que les ofrecían una fiscalidad muy reducida, eludiendo así el pago de los impuestos sobre sus ganancias que antes les hubieran correspondido. Pasando entonces de una competencia entre las empresas a una competencia entre los países para atraerlas, postulándose cada vez más a la baja, mediante incentivos fiscales y ayudas públicas, ofreciéndoles cada vez más por menos. Tal y como en la Primera Revolución Industrial hacían los trabajadores a las puertas de las fábricas, a la espera de ser elegidos para poder ganar algo con lo que sustentar a sus familias. Con el resultado de que la clase trabajadora se empobrecía cada vez más, mientras la burguesía empresarial se enriquecía de manera exorbitante. Tal y como los Estados se han ido empobreciendo con la “Nueva economía” iniciada por Richard Nixon, mientras las compañías transnacionales se capitalizaban a niveles estratosféricos. Algo que podía haberse evitado estableciendo un gravamen fiscal mínimo para todas ellas en cualquier país, como trataron de hacer, recientemente, los países de la OCDE, hasta que el Presidente Donald Trump rompió ese acuerdo. Así como también se podrían haber tomado medidas para evitar la competencia desleal de terceros países, evitando la libre entrada de productos fabricados en condiciones de semiesclavitud, sin condiciones de seguridad y salubridad para los trabajadores, en plantas altamente contaminantes y sin medidas de protección medioambiental. Una especie de “juego sucio” que, como hemos visto, les permitía ser mucho más competitivos que los productores de los países importadores, que sí estaban sometidos a todo tipo de controles laborales y medioambientales.

 

El paso de una economía productiva e impulsada por la demanda a otra consumista y basada en la oferta, nos ha empobrecido a todos y acelerado la descomposición social y la destrucción de los recursos naturales y el medio ambiente

 

El Orden Natural del Sistema se ha invertido y, con él, el del mundo entero, a todos los niveles. Porque, cuando los dirigentes políticos de las grandes potencias occidentales, empezando por Estados Unidos, decidieron emprender el camino de la desregulación económica, confiando ciegamente en que la “mano invisible” del mercado, corregiría sus desequilibrios, se equivocaron por completo. Y aquel error lo están pagando ahora en forma del descrédito generalizado de esa misma clase política y el desprestigio de las instituciones democráticas de las que son sus representantes. Siendo éste el precio de la destrucción y empobrecimiento de las clases medias, que eran las que daban estabilidad al Sistema, para favorecer el enriquecimiento sin límites de unos pocos y la fuga masiva de capitales a los llamados “paraísos fiscales”, en los que también, lo peor de esa misma clase política, tiene la posibilidad de esconder los beneficios obtenidos de sus corruptelas. Y si, como dicen, una imagen vale más que mil palabras, basta con ver las del asalto al Capitolio de Washington el 6 de Enero de 2021, como consecuencia directa de la destrucción de las clases medias y el desmantelamiento del Estado del Bienestar, sumiendo a la ciudadanía en un auténtico Estado de Malestar. Siendo el asalto al Capitolio de Estados Unidos, el de Brasilia tras Bolsonaro o el de rodea el Congreso de España en 2012, el resultado final de aquel cambio de rumbo por el que la clase política se desentendió de la que es su misión, la de velar por el Bien común, el de todos y no sólo por el de unos pocos, dirigiendo la fuerza de los caballos de la economía hacia el progreso social. Por lo que el actual desorden económico, político y social generado por la desregulación, debería dar paso a un nuevo orden acordado en el seno de organismos multilaterales que pueda sentar bases sólidas para una nueva etapa de prosperidad material y progreso social y humano, permitiendo una mejor redistribución del incremento de riqueza generada por las nuevas revoluciones tecnológicas.